De chica sentimental a material en menos de un año

Llamadme “persona material” o egoísta pero este año que llevamos de pandemia, y lo que queda, me he vuelto una persona diferente en lo que a regalos se refiere. Es como si la vida ya no me diera demasiadas ilusiones y que alguien me regale algo, lo que sea y quien sea, es lo que más ilusión me puede hacer ahora mismo, cosa que hasta hace bien poco me daba bastante igual la verdad. Antes, llegaba Navidad, y me hacía ilusión reunirnos todos en casa, armar follón, reírnos, tomarnos una copita y jugar a algún juego, pero los regalos (aunque los compraba para los demás y me los compraban a mí también) me daban bastante igual.

Ahora, por el contrario, he pasado la Navidad esperando esos regalitos, y ahora que vamos de cara a San Valentín, ya estoy tirándole la caña a mi pareja para que “pille” que este año sí quiero un regalito, a pesar de que otros años no nos hemos regalado nada porque somos de pensar que es un día creado por el comercio para vender más.

Y es que, en Navidad se limitaron los comensales, quedamos los mínimos en casa, tanto en Noche Buena, como en Navidad o Noche Vieja  y Año nuevo, pero es que ahora es aún peor. Voy al trabajo, y luego a casa directa, intento hacer la compra de alimentación grande una vez cada 15 días y de forma online para no tener que pasar mucho rato en el supermercado en contacto con otras personas, y si salgo a la calle es el sábado o domingo por la mañana, con el sol, para respirar un poquito al aire libre y luego vuelvo a casa. Ese pase que nos damos en familia con mi hija es mi ocio fuera de casa de la semana, nada más, y para colmo ya no quedamos con nadie.

El confinamiento de marzo lo llevé bastante bien la verdad, solo a última hora se me hizo un poco cuesta arriba y aun así lo toleré perfectamente. Me salía al balcón, que aunque es de esos alargados y pequeños (tenga unos 80 centímetros de ancho y unos 2,5 metros de largo) puedo decir que por lo menos tengo uno y podía pasar allí una horita u horita y media con mi bebé para cargar un poco de energía solar. Ahora estoy desgastada, ya nada me hace ilusión, vivo para ir y venir del trabajo y nada más, estoy apática totalmente.

Y quiero dejar claro que entiendo todas las medidas que se toman y se aplican perfectamente, de hecho, soy de las que piensa que a pesar de la economía hacen falta medidas más restrictivas para cortar de una vez la ola de contagios y poder pensar en dar un respiro a los hospitales que, hoy por hoy, están prácticamente colapsados en su mayoría. Lo que quiero decir es que no estoy en contra de estas medidas, lo que pasa es que aunque las acepto he de reconocer que ya me pasan mucha factura.

Por eso, un regalo, una sorpresa, cualquier cosa que sea diferente y que haga que por unos minutos me llene de ilusión, me vale. Antes, ir un día al cine me hacía ilusión, salir a cenar me hacía ilusión, quedar con algunos amigos me hacía ilusión… me contentaba con poco porque mi forma de ser me hace ser feliz de esa manera, teniendo oportunidad de hacer cosas un poco diferentes cada semana, salir de la rutina del trabajo y de estar en casa ya me hacía sentirme bien, y eso ahora ya no lo tengo.

Supongo que por eso estas pasadas navidades solo quería comprar y comprar regalos para mi hija que, por suerte, no creo que se haya enterado mucho porque solo tiene 17 meses (18 ahora), y eso significa que aún no la estoy malcriando, pero al año que viene no puedo comprarle tantos juguetes porque ya se dará cuenta de todo, así que más nos vale haber acabado con la pandemia para entonces.

Ahora, de cara a San Valentín, espero que mi pareja me regale un libro, o una pulserita mona (cadenas no, me agobian al cuello), o tal vez algo original y especial. Me sorprendo a mí misma cotilleando Joyería Lorena, porque descubrí unas pulseras súper originales con temática de profesiones y aficiones a las que les tengo echado el ojo, y no dejo de abrir la web en el móvil para que me la vea y capte la indirecta de que eso es lo que quiero para San Valentín.

Caprichos caros

Y hay que reconocer que mis caprichos son muy económicos. Casi nunca quiero nada demasiado caro, y no porque esté pensando constantemente en el dinero, sino porque soy bastante sencilla, no como mi suegra que se cree familia de Onasis y pide unos regalos para morirte.

Cuando la conocí quería hacerse un implante capilar, y en su momento no comprendí por qué se lo negaban en casa, ya que me parece que si tenía complejo por haber perdido lago de cabello pues debería hacer algo al respecto para sentirse bien consigo misma. Luego entendí por qué tanto su marido como sus hijos estaban en contra de ese implante capilar, y es porque cada año se le ocurre algo diferente con lo que gastarse muchos miles de euros y seguir sintiéndose así como la reina de Saba.

Un año se empeñó en que quería arreglarse la dentadura, algo que tampoco vería mal si no fuera porque tiene una dentadura prácticamente perfecta y lo que pretendía era alinear un poco los dientes de la parte superior que se le habían movido ligeramente y de paso hacerse un blanqueamiento total. Entre la ortodoncia para adultos y el blanqueamiento posterior se metía en un gasto de más de 4.000 euros y os puedo asegurar que no le hacía falta.

Este año dijo que quería hacerse un retrato, o un busto, para que cuando ella faltase sus nietas (tiene dos, la mía y otra de otro hijo suyo) la recordaran constantemente tal y como era ahora. Yo intenté decirle que para eso eran mejor las fotos o los vídeos caseros porque podríamos hacer muchos vídeos y muchas fotos y así tendrían más material para recordar, pero eso no la convenció nada, ella quería algo con más clase. Al final, su marido y por no oírla, esta vez sí que cedió, y le hizo un busto personalizado en bustospersonalizados.es. Debo reconocer que está muy bien hecho, que es incluso bonito y elegante para una vivienda lujosa pero a mí me da repelús y cada vez que paso por delante del busto en casa de mis suegros miro hacia otro lado, no puedo evitarlo.

Claro está que en esa casa nunca se han cortado un pelo con el dinero (también es verdad que no tienen por qué hacerlo) y mi suegro es un auténtico coleccionista de relojes. No sé cuántos tiene, pero muchísimos, y los guarda en una baúl de piel precioso al que no dejo acercarse a mi hija por miedo a que le haga el más mínimo arañazo. Se lo regalaron entre sus tres hijos de Absolute Breton hace un par de cumpleaños y si no recuerdo mal se dejaron más de 1000 euros, pero he de reconocer que debe ser la envidia de los coleccionistas de relojes.

Cuando empecé a entrar en casa de mis suegros, hace más de 14 años, tuve la genial idea de comprar un reloj de Dolce & Gabbana online para regalárselo en su cumpleaños. Me dejé un pastizal, o lo que para mí era un pastizal pero quería quedar genial con mis nuevos suegros y me apreté el cinturón para poder hacerlo. En ese momento me dio las gracias muy educado, me dijo que le había gustado mucho e incluso que no tenía que haberme gastado tanto en él, yo me fui a casa súper contenta. Años después supe que no eran ese tipo de relojes los que él compraba, sino ediciones limitadas o ediciones especiales de miles de euros, así que imagino que el mío lo guarda por recuerdo, o por pena, no lo tengo muy claro.

Lo que quiero decir con todo esto es que la familia de mi pareja tiene dinero, y lo gasta como  quiere, pero mientras que su padre tiene solo ese hobbie (carísimo, todo sea dicho) y por lo demás jamás sabrías que es una persona muy pudiente, mi suegra es la persona más altiva que puedas echarte a la cara (a la par que algo tacaña) y siempre está pensando algo nuevo en lo que gastarse dinero para sí misma, porque no se puede estar quietecita, es incapaz de tener un euro en el bolsillo y no gastarlo inmediatamente, por eso no me extraña que a veces le quiten las ideas que tiene de la cabeza, y es que lo suyo ya es “gastar por gastar”.

Al final, al ver todo eso durante tantos años, lo que ocurre es que tengo muy claro que los regalos, o las compras, para mí no son tan importantes por regla general, y tampoco quiero que lo sean para mi hija, y el problema es que este año pandémico ha conseguido que los regalitos sean los único que me hace ilusión… ¡qué ironía!