Cuando te hablan de queso, enseguida piensas en el queso manchego. Cuando te invitan a una copa de vino, lo asocias con La Rioja. Hay regiones de España que inevitablemente nos recuerdan a sus productos. En algunos casos, los productos de la tierra se han convertido en el mejor embajador de una zona. Veamos algunos casos.
Los productos que han hecho famosas a sus regiones de origen se corresponden con alimentos, bebidas o artesanía que se llevan produciendo en aquellas regiones durante siglos. Siguiendo un proceso, en gran parte, artesanal, que se ha ido perfeccionando con años de práctica y que se van transmitiendo de generación en generación.
En la actualidad, para aumentar la productividad se recurre a técnicas industriales. Pero como dicen los maestros artesanos del queso Adiano, una quesería manchega ubicada en la provincia de Ciudad Real, en la tradición está la autenticidad.
En el queso manchego es algo evidente. Es un queso de oveja elaborado con la leche de una raza específica, la oveja manchega, que se alimenta de las hierbas que crecen de forma silvestre en los montes de la región. Su fabricación se efectúa de manera artesanal desde hace siglos, respetando una serie de pasos y tiempos de curación. Alterar cualquiera de estos factores implica obtener un queso diferente. Puede que esté bueno, pero no es el queso manchego que ha alcanzado fama internacional.
Aunque nos suenen estas regiones por sus productos más emblemáticos, vale la pena visitarlas y descubrir los atractivos que encierran. Te comentamos 6 de ellas:
La Mancha. El queso.
La Mancha es una región natural que se corresponde con la sub-meseta sur de la meseta central. Una llanura delimitada por el sistema central al norte y las sierras de Sierra Morena y la Sierra de Segura al sur.
Se trata de una región agraria dedicada a principalmente al cultivo del cereal, de la vid y a la ganadería. Otro elemento que siempre le ha caracterizado es que es un cruce de caminos. Un lugar de paso obligado para aquellos viajeros que se dirigían desde Andalucía o el Levante a Madrid, y viceversa. Eso desarrolló en los manchegos un espíritu hospitalario, una cierta incredulidad ante discursos forasteros y un sentido del humor irónico muy característico. De La Mancha, por ejemplo, son los humoristas José Mota, Millán Salcedo de Martes y Trece y José Luis Col de Tip y col.
El queso manchego es un producto artesanal, que ya elaboraban los pastores desde la época de Cervantes y que no solo se ha exportado al exterior, sino que constituye un alimento básico de los habitantes de la región. Es extraño, la casa manchega, que no tenga al menos una cuña de queso en el frigorífico.
Pero La Mancha es mucho más que queso. Vale la pena visitar la ciudad imperial de Toledo. Una de las joyas histórico-artísticas del país. Capital de Castilla durante varios periodos históricos. La ciudad de las tres culturas. Donde se encuentran las sinagogas mejor conservadas de la edad media. La de Santa María la Blanca y la de El Tránsito.
En La Mancha puedes visitar la ciudad encantada de Cuenca, el monte de formas caprichosas donde murió el cacique lusitano Viriato en su lucha contra los romanos. La ciudad de Almagro, donde se celebra cada año el mejor festival de teatro clásico de Europa, en un entorno barroco, con su corral de comedias de la época del siglo de oro como estandarte, o los molinos de viento de Campo de Criptana, que rememoran el famoso capítulo del Quijote.
La Rioja. El vino.
El vino está indisolublemente unido a La Rioja. Aunque los celtíberos ya tenían viñedos plantados, es durante la época de la romanización cuando se instaura definitivamente su cultivo. Será durante la edad media, a raíz del camino de Santiago, cuando la producción de vino en la provincia adquiere una mayor dimensión. La Rioja abastecía de vino a la ciudad de Burgos y surtía a la infinidad de iglesias, para practicar la eucaristía, que se construyeron por todo el camino francés, el más transitado.
En La Rioja vale la pena visitar el casco antiguo de Logroño, la capital. Un barrio de origen medieval en el que hoy se amontonan un sinfín de pequeñas tascas y bodegas en las que disfrutar el vino de la tierra acompañado de una tapa.
El municipio de Arnedo está rodeado por varios kilómetros de cuevas excavadas en la roca arcillosa y arenisca, cuyo origen continúa siendo un misterio. En Haro encuentras uno de los pueblos más bonitos de la región. Epicentro comercial de la venta de vino. Entre sus callejuelas peatonales de cantos rodados se levantan majestuosas casas de piedra. Si te atreves a explorar la región, descubrirás rincones naturales de gran belleza y pequeños pueblos con más de 2000 años de antigüedad, como Calahorra.
Jabugo. El jamón ibérico.
El municipio de Jabugo le da denominación a toda la comarca de la sierra del norte de Huelva y al cerdo ibérico que se cría en la zona. Dice la web oficial de Turismo de Andalucía que se encuentra en uno de los espacios protegidos más importantes de esta comunidad autónoma: El Parque Natural de la Sierra de Aracena y los Picos de Aroche.
Un paraje caracterizado por sus extensas dehesas y por pequeñas elevaciones cubiertas de bosques de encinas, castaños y alcornoques. Un lugar indicado para que el cerdo ibérico se pueda criar en total libertad. Alimentándose de lo que le da el monte.
Aparte de perderse por aquellos espacios naturales, en Jabugo puedes ver la iglesia de San Miguel, de la época del barroco, declarada bien de interés turístico, la cueva de la Mora, el secadero de jamones de Montesierro o la bodega de las cinco jotas.
Valencia. La paella.
La paella, junto a la tortilla de patatas, es el plato español más internacional. Pese a su fama mundial, la paella valenciana es un plato sencillo que surge de las limitaciones de la huerta. La paella, en su origen, estaba elaborada con los alimentos que los labradores tenían a mano. El arroz, por supuesto, el pollo, el conejo, la bachoquetas (judías verdes) y el garrafón, un judión grande propio de Valencia.
Visitar la capital del Turia es una gozada. Te sumerges en la ciudad de la luz. Amplias avenidas de gran luminosidad pegadas al mar Mediterráneo. En ella puedes visitar la plaza de la virgen, con la catedral y su conocido campanario “El Miquelet”, antiguo minarete de la mezquita; el antiguo cauce del río, hoy transformado en un extenso parque que oxigena la ciudad, y el moderno Palacio de las Artes y las Ciencias. Y desde luego, no puedes abandonar Valencia sin visitar la Albufera. La laguna pegada al mar más grande de la península ibérica.
Vic. El fuet.
Se dice que siempre que el rey Alfonso XIII visitaba Barcelona, cosa que hacía bastante a menudo, se desviaba a Vic donde compraba un cargamento de longanizas de fuet para llevárselo a palacio. El monarca gustaba de entrevistarse personalmente con los industriales que fabricaban y secaban el embutido, y les felicitaba por tan estupendo producto.
Vic, capital de la comarca de Osona, es famosa por este embutido tan peculiar, pero ya era una ciudad importante en la edad media. Dice el portal turístico Spain.info, que por entonces la ciudad se distribuía en dos sectores, el castillo de Montcada, por un lado, y la catedral, por el otro.
Vic era la sede del arzobispado que lleva su nombre. Un enclave donde la iglesia tenía mucho poder y donde en determinados momentos llegaba a rivalizar con otros condados catalanes como la Seu de Urgell o la ciudad de Barcelona. Cerca de Vic encontramos el pantano de Sau, rodeado de bosque mediterráneo, y la zona volcánica de la Garrotxa, declarada parque natural.
Mallorca. La sobrasada.
La isla de Mallorca tiene la habilidad de convertir la carencia en virtud. Con una raza de cerdo autóctono, el cerdo blanco mallorquín, los campesinos de la isla se encontraron con el problema de que no podían secar el embutido. Mallorca tiene una humedad cercana al 70%. La carne de cerdo, uno de sus principales sustentos, tendía a echarse a perder. Entonces descubrieron que si picaban la carne, la amasaban con pimentón y la embutían en las tripas del animal, les duraba mucho más tiempo. Así nació la sobrasada mallorquina, tan apreciada internacionalmente.
Es también la humedad de la isla la que crea las condiciones adecuadas para que la masa de bollería fermente a un nivel suficiente como para hacer ensaimadas. Se ha intentado elaborar este dulce en Valencia, en Murcia y en otras ciudades, pero es imposible, las circunstancias ambientales no acompañan.
Aparte de lo que conocemos, nuestra isla más grande, tiene una rica cultura gastronómica que sorprende al visitante. Desde el frito mallorquín o el arros brut hasta el pa amb oli, una versión autóctona, el pa amb tumaca catalán. Por otro lado, Mallorca tiene espacios turísticos que descubrir para todos los gustos.
Algunos productos son embajadores de sus tierras de origen, pero siempre vale la pena descubrirlos, puesto que estos solo son la punta de iceberg de toda la riqueza cultural que estas regiones albergan.